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Utah, primavera de 1983. El crecimiento del agua del Gran Lago Salado alcanza niveles nunca vistos que amenazan el santuario de aves. Garzas, búhos o garcetas, cuyo estudio y compañía han acompasado la existencia de Terry Tempest Williams, son las primeras víctimas. El Gran Lago Salado es naturaleza al pie de la ciudad, una ribera movediza que siembra el caos en las carreteras. Islas demasiado inhóspitas y remotas para ser habitadas. Agua en mitad de un desierto, pero tan salada que no podemos beberla. El Gran Lago Salado es de las aves, su refugio irremplazable. Los humanos, los políticos, los ingenieros, buscan soluciones, pero piensan más en sus infraestructuras y comodidades que en las necesidades y derechos de sus auténticos y alados habitantes. Mientras se enfrenta al declive de estas especies, Terry descubre que su madre padece cáncer, al igual que ocho miembros más de su familia antes que ella: son «el clan de las mujeres de un solo pecho». Todo ello parece una consecuencia de los ensayos nucleares realizados en el cercano desierto de Nevada. Así, mientras acompaña a su madre en la enfermedad, Terry se sumerge en una investigación sobre los devastadores efectos de la lluvia radioactiva. El resultado es un libro extraordinario de una gran naturalista, en el que se entrelaza el destino de las aves y el de los hombres y mujeres golpeados, todos por igual, por una debacle ecológica. La crecida del lago y el avance de la enfermedad: fuerzas imponderables, a veces devastadoras, de una misma naturaleza, que nos recuerdan nuestra pequeñez y fragilidad. Pero, a un tiempo, estas fuerzas son las que pueden ofrecernos el saber más importante: al igual que las aves, debemos aprender a luchar y resistir en el seno de una naturaleza tan ciega en sus intenciones como bella en sus formas. Éste es el relato que da cuenta de esa lucha, escrito con una sorprendente austeridad poética que rechaza en todo momento la tragedia, conformando una formidable llamada a la vida.