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Marc, fumador empedernido de 53 años, profesor de escritura creativa en la universidad, dotado de un cautivador atractivo y de un Fiat 500, acaba de lanzar el cadáver de Barbara, la última alumna con la que se ha acostado, a un agujero en el suelo de un bosque cercano a su casa. Amaneció muerta en su cama. «Qué jugarreta que esa pobre criatura hubiese palmado bajo su techo, en su cama. ¿Por qué no le habían puesto un puñal en la mano, ya puestos? Qué ordinariez». Hizo un mohín y se la echó sobre los hombros. Frente al vacío recuerda cómo de niño estuvo a punto de caer a ese mismo socavón de no haber sido por su hermana, Marianne, con quien vive y mantiene una relación incestuosa marcada por una infancia de maltratos. Tras el percance, Marc pretende volver a su vida de novelista fallido sin grandes aspavientos ni tragedias, a sus clases sobre John Gardner y la literatura moral, de no ser porque por primera vez se encandila de una mujer mayor de lo habitual: Myriam, la madrastra de Barbara. El protagonista de este thriller de Philippe Djian es, a ojos de todos, un buen tío. Esta novela versa, entre otras muchas cosas, de los buenos tíos que nos rodean. Djian mantiene el suspense y la ambigüedad hasta la última página, de manera que el lector, que pasa páginas violentas, de cuerpos fríos y grisáceos, se pregunte cuántos de ellos hay a su alrededor; se cuestione si está ante varios incidentes que sufre un sociópata con mala suerte y un pasado traumático o actos de un asesino narrados con ligereza a base de pequeñas pistas, sospechas y escenas explícitas pero no trágicas, de forma irónica o patéticamente sincera de la mano de uno de los mejores y más salvajes autores franceses.