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«Me desperté tarde. No sé si tenía un mensaje o solo las llamadas perdidas. Estaba sola en casa. Devolví la llamada. Tu socio cogió el teléfono y me dijo que habías muerto. No podía creerlo y respondí: ¿Me lo juras? Hasta eso era herencia tuya. Era el 9 de julio de 2008. Habías tenido un infarto mientras dormías. Aún no habías cumplido los cuarenta». Todas las muertes son prematuras. La del cantante y escritor Sergio Algora fue además inesperada. Aloma Rodríguez trabajaba en su bar. Había leído sus libros y escuchado sus canciones y sus fascinantes relatos orales. En Los idiotas prefieren la montaña reúne lo que sabe de él. El resultado es la crónica de una amistad y el retrato íntimo y fragmentario del que fuera cantante de El Niño Gusano. No es un homenaje, aunque a veces lo parece. A pesar de que el protagonista muere, tampoco es un drama. Es un libro sobrio y emocionante que se cuestiona a sí mismo y su propia naturaleza, porque la vida a veces no encaja en etiquetas.