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Este libro muestra como ningún otro la poética transgresora de Angélica Liddell. Una épica de la interioridad llevada al extremo, hasta desbordarlo. Por medio de un territorio inventado pero no por ello irreal, Kuxmmannsanta (un lugar donde la belleza nace de la injuria misma), la autora se despelleja y despelleja al mundo en carne viva. Lo hace desenfrenando lirisimo, brutalidad, piedad, compasión y también humor. Hace de la transgresión y la incomodidad un manifiesto artístico. «Sí, escribo. No sé escribir, pero escribo. Publicar es mi manera de guardar los secretos. Expresar los sentimientos íntimos no significa en absoluto exhibicionismo narcisista, ni mucho menos. La literatura es ese agujero en la pared de un palacio de Camboya que preservará eternamente un secreto, lo custodiará para los miles de millones de personas que jamás lo leerán. Escribir pensando en los lectores es vanidad. Desde hace tiempo trabajo en desterrar ese impedimento de mi corazón. Prefiero pensar en los que nunca leen porque me hacen más libre». «Yo canto, al igual que Carson McCullers, al artista irresponsable, al que vive en el desequilibrio, golpeando los hierros en la fragua de un más allá. […] No se han censurado solamente las conductas sino la capacidad de imaginar, de reconocer nuestro origen. Morir es nuestro origen. Si no reconocemos nuestras sombras por nosotros mismos tampoco podemos reconocerlas en una obra».