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Una irrepetible novela sobre la huella imborrable que deja en nosotros el primer amorEn la década de los setenta, durante los años de la dictadura militar, la familia de Camilo vive en una villa burguesa que desentona en medio del barrio de Queím, uno de los suburbios más pobres de Río de Janeiro. Los muros de la casa son la delgada línea que separa una vida acomodada, con servicio y piscina, del Brasil más popular, el de los niños que juegan al fútbol en las calles, rodeados de insalubridad y delincuencia. Una línea que se empieza a desdibujar para Camilo una mañana del asfixiante verano en el que cumple trece años, cuando su padre trae a casa por sorpresa a Cosme, un huérfano mulato de su misma edad al que la familia acoge. La llegada del chico hará saltar por los aires la apacible vida de Camilo, quien junto a él descubrirá el mundo de la calle, la camaradería y el deseo. Treinta años después, Camilo regresa a Queím, aún incapaz de superar la trágica muerte de Cosme aquel mismo verano, bajo un sol abrasador.El amor de los hombres solitarios es la segunda y última novela que el brasileño Victor Heringer publicó en su corta existencia. Se trata de una historia cálida y poética, que recorre el vasto abanico de emociones que acompañan al descubrimiento de la vida, la pasión y el dolor. Una obra a ratos festiva y a ratos descarnada, que abarca lo íntimo, lo social y lo existencial, zigzagueando entre los márgenes, en ese espacio inabarcable que separa la ternura de la más absoluta de las violencias. Una novela irrepetible, propia del talento de un autor único.«Una novela verdaderamente singular, ingeniosa a la manera de Cortázar o Nabokov, elíptica como Grace Paley, divertida como Donald Barthelme. Al terminarla, uno tiene el deseo de conocer de inmediato al joven que la escribió, estrechar con fuerza su mano y felicitarlo por el comienzo de una carrera brillante. Pero Victor Heringer ya no está. Se marchó dejando atrás este hermoso libro». Zadie Smith«Heringer convierte una historia que hubiera podido ser sombría en una celebración de la vida». John Self, The Guardian